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Arte abstracto: si o no

  • Foto del escritor: Club
    Club
  • 10 feb 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 10 feb 2020


Cuando le expliqué a mi madre sobre las ideas revolucionarias que trajeron el suprematismo ruso al arte, inevitablemente me pidió que le mostrara alguna obra ícono del movimiento. Casi sin pensarlo decidí mostrarle el Cuadrado Negro de Kazimir Malevich. Nunca olvidaré su expresión de decepción y lo que dijo después: “yo podría haberlo hecho”. El horror me invadió. Ella, mi madre, pensaba que podría haber inventado un movimiento artístico de vanguardia solo porque encontró simplista la pintura que le mostré. Aunque me duela, no puedo culparla.


Si vemos Blanco sobre Blanco, del mismo Malevich, nos daremos cuenta inmediatamente que el nombre de la obra es increíblemente descriptivo: es un cuadrado blanco pintado sobre otro cuadrado, blanco también.


El pensamiento casi automático de mamá no es algo que nunca haya escuchado. Yo mismo lo pensé en algún momento de mi vida. Recuerdo de pequeño, hojear los libros sobre Mondrian de mi abuela y pensar en lo fácil que sería imitar su obra, de alguna forma desprestigiando al artista.


Recorriendo museos más de una vez contemplé el estupor ingenuo de un visitante frente a un Pollock, y su posterior auto halago al decir en voz alta y sin escrúpulos: “eso es una boludes”. Es un tipo de soberbia aparentemente aceptada colectivamente en la sociedad. En vez de decir “cualquiera puede hacer eso”, más acertado podría ser: “este no es el tipo de arte que estoy esperando encontrar cuando entro a un museo, ya que solamente aprecio obras que demuestran en gran detalle la habilidad del artista, algo que ni yo, ni la persona sentada al lado mío puedan de ninguna manera imitar”.


Sin embargo, no hay nada de malo en cuestionar la obra de un artista abstracto ni pensar en la poca habilidad técnica que tiene un Miró, por ejemplo. Está bien apreciar al arte figurativo, no digo que no, pero debemos entender que el arte del siglo XX no quiere parecerse de ninguna manera, a las pinturas renacentistas, barrocas o románticas. A partir del impresionismo (otros dirán que es a partir del realismo) se marcó una línea entre lo que es arte y lo que fue arte. La idea del “no arte” se instauró a principios del 1900 y llegó a su clímax con el dadaísmo y Duchamp.


No es erróneo que te parezca ridículamente sencillo un Yves Klein, porque lo es. Lo que interpretas, esa no arte, busca ser lo que su nombre describe: la antítesis de la academia y el desprendimiento, casi desligamiento por completo, de la cultura histórica occidental. Cuando entramos a una galería y vemos una escultura minimalista o una exposición de arte conceptual tenemos que tener en cuenta que el artista no busca crear escenas teatrales dignas del barroco, sino una crítica política social al entorno que lo rodea.


Esto es así no solamente en pinturas o esculturas. Tomemos como ejemplo los happenings que sucedieron en los 60’ y 70’. Cuando vemos a grupos de artistas como el Hi Red Center, limpiando las calles de Tokio con pañuelos y vestidos de ambo blanco cual científicos, es erróneo pensar que son un grupo de locos perdiendo el tiempo. Es necesario tener en cuenta que los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 buscaban mostrar una imagen “limpia” del Japón de posguerra. El mensaje de los artistas era puramente político, no estético (si esto esta bien o mal, es para otro articulo). Cuando Nicolás García Uriburu pintó de verde las aguas del Gran Canal de Venecia no quería crear una bella postal para los turistas en góndola, sino hacer un statement sobre la falta de responsabilidad ambiental en plena Bienal.


Si vamos a un museo entonces, no deberíamos pensar en la falta de tecnicismo figurativo que tienen algunas obras maestras del arte moderno. Tampoco subir nuestro ego poniéndonos a la altura de Lucio Fontana o creernos capaces de copiar a Kandinsky. Porque por un lado, es poco probable que podamos imitar de ninguna forma el trabajo de estos artistas y por otro a nosotros nunca se nos ocurrió hacer algo como lo que ellos lograron. Si bien este argumento puede sonar simplista, es clave para entender que una obra artística está dada por un contexto histórico, social, ideológico y estético que la define, no por alguien que decidió tirar un balde de pintura encima de una tela sin razón aparente.


Para apreciar de la mejor manera una visita a una galería de arte o un museo, antes de cruzar la puerta, podríamos preguntarnos: ¿qué estoy esperando ver?, ¿qué artistas puedo llegar a conocer?, ¿por qué quiero ver tal o cual tipo de arte? Una vez que tengamos esto en mente y estemos frente a la obra deberíamos pensar: ¿qué me hace sentir?, ¿quién es el artista?, ¿qué quiso representar?, ¿cuál es la historia detrás de esta pintura/escultura/instalación? y ¿por qué me hace sentir de la forma en que lo hace? Estas dudas son las que podrán acercarnos un poco a apreciar lo que tenemos en frente y alejarnos más de la ególatra concepción de que podríamos ser el próximo Picasso.


Es por ello que no podrías mamá, haber pintado el cuadrado de Malevich por más simple que te parezca, de la misma forma que no podrías reproducir la Última Cena, ni la Gioconda. Porque el arte no se define por la claridad del detalle de una catedral, ni por la forma en que la luz parece tocar un rostro. Lo que a vos mamá, te parece que no es arte, como una taza forrada en piel o un orinal en medio de un museo, busca justamente que no lo veas como arte y que te cuestiones sobre si lo que estás viendo es correcto o no, moral o inmoral, sencillo o difícil, y que en medio de ese cuestionamiento te veas debatiendo con vos misma sobre si podrías o no, ser la próxima Picasso.


Porque el arte no es una cosa sencilla que un infante podría hacer, sino un entramado de mensajes que buscan ser transmitidos de una forma que conmueva, enfurezca, desoriente o alegre al destinatario. Quizás, en vez de cuestionar y afirmar “yo podría hacerlo” tendríamos que decir “¡qué bueno que alguien lo hizo!”.


Por Nicolas Trincado

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